¿Te acuerdas cuando eras un niño y parecías de plastilina? O, al menos, te agachabas y tocabas con las manos las puntas de los pies. Vale, a lo mejor no llegabas, pero te quedabas cerca. Cada persona tiene un cierto grado de flexibilidad –que se puede mejorar entrenándolo–, por eso, en clase de gimnasia algunos se doblaban cual plástico moldeable y otros éramos rígidos como piedras. En cualquier caso, se parta de un punto u otro, hay algo común: se pierde flexibilidad con el paso de los años. Pero… ¿sabías que parte de eso sucede por cosas que hacemos cada día? ¿Eres consciente que hay hábitos que te están haciendo perder flexibilidad? Evidentemente, hay un muy elevado porcentaje de pérdida que se debe al inexorable paso del tiempo, pero hay otro que no.
1. Sedentarismo
Es uno de los principales problemas. Pero no solo cuando de perder flexibilidad se trata, sino en general: los profesionales reconocen que el sedentarismo es un problema grave para la salud; y muy extendido. Evidentemente, no hacer ejercicio afecta a la flexibilidad. Si se suma al paso inevitable paso de los años, el resultado es nefasto.
2. Rutina diaria
Esto va a colación de lo anterior. Es decir, parece lógico que, después de un día ajetreado, con el ritmo de vida actual, habitualmente, vertiginoso, cuando se llegue a casa no apetezca hacer ejercicio. Pero hay que hacer un esfuerzo para no generar hábitos que te están haciendo perder flexibilidad. Al menos una sesión de yoga -perfecta actividad para no perder flexibilidad-.
3. Alimentación
Quizás no lo sabías, pero la alimentación afecta a la flexibilidad. Los pescados, por ejemplo, ayudan a mejorar la circulación. Son buenos los productos que refuercen las articulaciones.
4. Estiramientos
Más que los estiramientos, lo que afecta es la escasez de ellos. Si haces ejercicio deberías hacerlos después de cada entrenamiento. Si no, al menos haz una cortísima (con eso puede valer) sesión diaria recién levantado.
5. Accidentes o traumatismos
Este, afortunadamente, no es uno de los hábitos que te están haciendo perder flexibilidad. Por suerte no estamos todo el día dándonos golpes o haciéndonos esguinces. Pero, cuando pasa –y alguna vez en la vida siempre lo sufrimos–, después hay que preocuparse por hacer una buena rehabilitación y recuperar el movimiento original.